sábado, 25 de diciembre de 2010

La veleta de los niños perdidos

La veleta que corona la iglesia de San Juan de Valencia encierra una triste anécdota, corta de contar, pero que da qué pensar y nos hace reflexionar sobre la dureza que la posguerra supuso para las tierras valencianas.
El ave que protagoniza la estructura, pardalot de Sant Joan, aunque es difícil de apreciar, sujeta en su pico una pepita de oro que en las mañanas, cuando el Sol incide directamente sobre ella, brilla y se puede apreciar desde abajo. Pues bien, se dice, y seguramente sea cierto, que las familias pobres, la mayoría en esos años llamados el Trienio del Terror (1947-1949), dejaban a los niños en las escaleras de la Lonja, situada enfrente del Mercado Central, por la mañana, y les decían que si miraban fijamente al pico del pájaro al final se le caería la pepita y se harían ricos.

La pepita, obviamente, nunca caía, y así los niños pasaban el día sin probar bocado y sin estorbar a sus familias, que seguramente estaban a pocas calles pidiendo limosna o trabajando por poco dinero. Estos niños, en su inmovilidad y su hambre sempiterna, despertaban la caridad de unos pocos que al verlos esperando todo el día les echaban algunas monedas, su pequeña pepita de oro que al anochecer compartían con lo que habían ganado sus familias para cenar.

Sin embargo, no todos los padres volvían a por sus hijos y la pepita de oro se convirtió también en el método de abandono de muchos niños valencianos, que esperaban días y noches la vuelta de los familiares que, o habían tomado la dura decisión de no poder mantener a su prole, o habían sido detenidos en aquella España de la imposición y la intolerancia.

La veleta del Mercado Central de Valencia, la esperanza de muchos niños que crecieron esperando que el faisán soltara su tesoro y los sacara de la miseria, o que alzara el vuelo y les enseñara la libertad.

Por Christopher Casas

5 comentarios:

  1. No sabía yo esa historia... cada día se aprende algo! ;)


    Y

    ResponderEliminar
  2. No tenía ni idea de la historia...
    La verdad es que es muy triste, pero esa veleta acaba de ganar un valor añadido que nunca le habría dado de no ser por el espacio que le has dedicado Cristopher.
    Un beso

    Moni

    ResponderEliminar
  3. que fuerte... no me explico como te enteras de todas estas curiosidades, en serio!

    ResponderEliminar
  4. Vaja, interessant (i trista) esta anècdota. Vaig a continuar fent una ullada al teu blog, a veure què n'aprenem. :)

    Salut!

    ResponderEliminar
  5. Esta "leyenda urbana" de Valencia se explicó, muchos años antes, en 1894, en la obra de Vicente Blasco Ibáñez "Arroz y Tartana":

    "En época pasada, aunque no remota, el Mercado de Valencia tenía una leyenda, que corría como válida en todos sus establecimientos, donde jamás faltaban testigos dispuestos a dar fe de ella.

    Al llegar el invierno, aparecía siempre en la plaza algún aragonés viejo llevando a la zaga un muchacho, como bestezuela asustada. Le habían arrancado a la monótona ocupación de cuidar las reses en el monte, y lo conducían a Valencia para «hacer suerte», o más bien, por librar a la familia de una boca insaciable, nunca ahíta de patatas y pan duro.

    El flaco macho que los había conducido quedaba en la posada de "Las Tres Coronas", esperando tomar la vuelta a las áridas montañas de Teruel; y el padre y el hijo, con los trajes de pana deslustrados en costuras y rodilleras y el pañuelo anudado a las sienes como una estrecha cinta, iban por las tiendas, de puerta en puerta, vergonzosos y encogidos, como si pidiesen limosna, preguntando si necesitaban un "criadico".

    Cuando el muchacho encontraba acomodo, el padre se despedía de él con un par de besos y cuatro lagrimones, y en seguida iba a por el macho para volver a casa, prometiendo escribir pasados unos meses; pero si en todas las tiendas recibían una negativa y era desechada la oferta del "criadico", entonces se realizaba la leyenda inhumana, de cuya veracidad dudaban muchos.

    Vagaban padre e hijo, aturdidos por el ruido de la venta, estrujados por los codazos de la muchedumbre, e insensiblemente, atraídos por una fuerza misteriosa, iban a detenerse en la escalinata de la Lonja, frente a la famosa fachada de los Santos Juanes. La original veleta, el famoso "pardalòt", giraba majestuosamente.

    --¡Mia, chiquio, qué pájaro...! ¡Cómo se menea...!--decía el padre.

    Y cuando el cerril retoño estaba más encantado en la contemplación de una maravilla nunca vista en el lugar, el autor de sus días se escurría entre el gentío, y al volver el muchacho en sí, ya el padre salía montado en el macho por la Puerta de Serranos, con la conciencia satisfecha de haber puesto al chico en el camino de la fortuna."

    ResponderEliminar

Comenta qué hay en tus manos: